Por R. Rodríguez Cruz
En su viaje de retorno a Itaca, Odiseo descendió al Hades, donde
residen los muertos. Después de hacer libaciones de agua, miel y vino
para los difuntos, el héroe homérico pudo observar el alma de Tántalo,
el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le
llegaba a la barba. Tántalo tenía sed y no conseguía tomar el agua y
beber: cuantas veces se bajaba con intención de beber, otras tantas
desaparecía el agua, absorbida por la tierra; la cual se mostraba
negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Pero Tántalo, como
otros muertos en la mitología griega, era una imagen de un ente
fallecido, una mera sombra carente de sentidos. Sus nervios, nos dice
Homero, ya no mantenían unidos la carne y los huesos; el alma se le
había ido volando. Vivía una cuita inacabable, un tormento terrible,
pero ni él ni sus aspiraciones eran reales.
Es difícil encontrar una mejor analogía literaria para describir la
naturaleza del movimiento anexionista puertorriqueño. Su historia a
partir de 1898 no ha sido otra cosa que un martirio en el mundo de las
imágenes. Tan pronto cree tener el "agua" de la estadidad al alcance
de sus labios, ésta se le torna tierra negruzca. El llamado
estadoismo, como Tántalo, es un muerto que sufre crueles tormentos. A
Tántalo lo condenaron los dioses. Al movimiento estadista, el Congreso
y los grandes monopolios estadounidenses.
Hoy la contradicción perenne entre las aspiraciones y la realidad del
anexionismo ha alcanzado lo que Hegel llamaría un despliegue extremo.
Los estadistas controlan el aparato estatal colonial, pero nunca antes
ha estado la estadidad más lejos de ser realizable. Ya Tántalo no
tiene que acercar la cabeza al lago para ver que está completamente
vacío. Los dioses del imperio se han cansado de jugar a las imágenes.
Las razones que imposibilitan como nunca la conversión de Puerto Rico
en un estado federado son dos. La primera es de tipo económica. Tan
pronto explotó la crisis financiera mundial, el anexionismo
puertorriqueño le comunicó a Wáshington el modo en que deseaba
contribuir a la sobrevivencia del imperio: adoptando voluntariamente
las políticas económicas de las burguesías más atrasadas y
reaccionarias del llamado Tercer Mundo. El gobernador Luis Fortuño
será una aberración desde el punto de vista de la conducta de la
burguesía estadounidense en su conjunto, pero no lo es desde el punto
de vista de algunos países dependientes, incluso en América Latina,
donde el neoliberalismo no ha pasado de moda. Ahí están los ejemplos
de las burguesías derechistas en Colombia y Perú. La burguesía
puertorriqueña es una proponente activa de la dependencia como forma
de inserción en el mercado mundial. De hecho, esa burguesía local está
entrelazada con la extrema derecha latinoamericana a través de sus
órganos de prensa y sus instrumentos de clase. Los intereses
Ferré-Rangel, por mencionar los más importantes, son una parte
alícuota de la gran oligarquía neoliberal latinoamericana, cuyos
tentáculos rebasan las fronteras nacionales. De ahí que María Eugenia
Ferré Rangel y el colombiano Luis Fernando Santos compartan en la
dirección del Grupo Diarios de América. Santos es hermano del
vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, y de Enrique Santos,
presidente de la SIP, y primo del que hasta hace poco fuera ministro
de defensa de Colombia, Juan Manuel Santos. Nuestra burguesía será
raquítica, pero no es un ente pasivo. Fortuño actúa conciente de lo
que hace: acentuar los aspectos tercermundistas de Puerto Rico, para
así consolidar el modelo neoliberal en América Latina en alianza con
la extrema derecha, el militarismo y el gran capital estadounidense.
Lo anterior no tiene por qué sorprender a nadie. Puerto Rico está al
interior de las fronteras de Estados Unidos, pero su valor económico
es externo. Esto lo vio claramente Pedro Albizu Campos, al considerar
el flujo de capitales y ganancias de las compañías azucareras en la
isla en la década de los treinta del siglo XX: "Puerto Rico es país
doméstico en lo internacional, y es extranjero en lo nacional
doméstico".
La segunda razón que imposibilita la estadidad es de tipo cultural. La
paradoja dominante de la experiencia puertorriqueña en el siglo XX y
lo que va del XXI ha sido la sobrevivencia de nuestra cultura, su
afirmación como un todo singular, muy a pesar de la extraordinaria
transformación de las relaciones de producción. En lo que toca a
nuestra cultura, le han tirado con todo y aún sobrevive. Es imposible
imaginar que, en ausencia de esa determinación esencial y objetiva de
la cultura, podría incluso hablarse de coloniaje en Puerto Rico. Las
regiones internas de Estados Unidos que han experimentado un
desequilibrio económico similar al de Puerto Rico han terminado
fundiéndose orgánicamente con el resto de la formación social
estadounidense. Ni siquiera los territorios mineros del Sur, con sus
pueblos fantasmas y pobreza extrema, han dado paso a un reclamo de
independencia nacional y de cultura propia, en el sentido en que lo
hay en Puerto Rico. La razón es que somos una nación distinta.
Esto explica el porqué el anexionismo puertorriqueño en el siglo XXI
está encontrado de frente no sólo con los Republicanos sino también
con los Demócratas en el Congreso de Estados Unidos. Para la extrema
derecha estadounidense es inaceptable la admisión de un estado
federado que no esté racial y lingüísticamente dominado por lo
anglosajón. Para los Demócratas, dada su base étnicamente diversa, no
tiene sentido defender un reclamo estadista fundado en una visión
estrecha de la cultura estadounidense. A nadie puede apelar el
anexionismo como defensor de una propuesta culturalmente aceptable, ni
a la derecha ni a la izquierda ni al centro estadounidense.
Mas, ¿por qué ofrecerse a implementar medidas neoliberales bajo un
gobierno estadista en la isla? ¿No contradice esto la aspiración a ser
parte proporcional del imperio? La causa de esta conducta torcida de
la burguesía anexionista está de nuevo en el factor cultural. El
problema nacional puertorriqueño es unidad de dos momentos: el
económico y el cultural. La burguesía local sabe que toda discusión
seria del tema económico provoca, en nuestro contexto cultural, un
reavivamiento de la idea de independencia. Tremendo problema. Para
avanzar el ideal estadista hay que, al menos en teoría, afirmar lo
propio. Pero si se afirma lo propio, se dispara el sentimiento
separatista. De ahí el peculiar y violento ensañamiento del
anexionismo en contra de nuestra cultura.
Esto no es nada nuevo. El propio Albizu Campos señaló en 1933 que el
movimiento estadista puertorriqueño era único en toda la historia
constitucional de Estados Unidos por el hecho de que se dedicaba
desacreditar su propio programa: "Es significativo que los directores
del movimiento pro provincia norteamericana 'estado' se han lanzado a
desacreditar su propio programa, propagando la falsa afirmación de que
la provincia 'estado' no se podría sostener económicamente".
[Independencia Económica, p.113]. ¿No es esto equivalente a lo que
hizo Fortuño al ofrecer a Puerto Rico, antes de que se lo pidieran,
como carne de cañón para apuntalar el neoliberalismo en Puerto Rico y
América Latina? Toda idea de un programa económico coherente terminó
en el zafacón, muy a pesar de la ventana abierta por la crisis y el
triunfo de Obama. ¿Por qué no afirmar, como hizo Albizu, que "Puerto
Rico es un país rico y puede sostener la estadidad o la
independencia"? El coloniaje es la verdadera finalidad del
anexionismo.
La analogía entre Tántalo y el movimiento estadista sería
completamente risible, a no ser por las implicaciones que tiene para
toda la población de Puerto Rico. No hay que detenerse en esto. La
crisis es generalizada en lo social, lo ambiental, lo económico y lo
cultural. Lo que no puede perderse de vista es que esta crisis, en su
desarrollo progresivo, no quiebra sino que apuntala el coloniaje, le
da más fortaleza. De hecho, al igual que durante la gran crisis
económica mundial de 1929-1934, los monopolios estadounidenses han
continuado extrayendo fabulosas ganancias de Puerto Rico.
A juzgar por las citas de Albizu, los estadistas de 1933 no eran muy
distintos a los de ahora. Hermanos gemelos del autonomismo derechista,
promovían el coloniaje por todos los medios posibles. Pero allá
Tántalo con sus tormentos, sus sombras e imágenes. Lo que compete a
nosotros es formular una visión de conjunto del problema nacional,
donde incluyamos en relación de unidad dialéctica lo cultural y lo
económico. Tan complejo y tan sencillo como eso.